martes, 1 de noviembre de 2011

Bicho feo

Son los dueños de la noche, siniestros, elusivos, difíciles de ver. Tienen fama de repugnantes y peligrosos y cargan con una verdadera leyenda negra. Pero los murciélagos no son Dráculas, sino una especie de comedores de insectos sofisticada, con sentidos al extremo agudos, y completamente inofensiva.

Autor: Bat Conservation Internationalaet
Fuente: Revista “Conozca más”. Enero. 1996.

Son feos, tienen mala fama y están rodeados de leyendas siniestras. Pero detrás de una de las caras más repulsivas –para un ser humano– de toda la naturaleza, se encuentra una forma de vida compleja, en general inofensiva y muchas veces útil. Los murciélagos son difíciles de ver, porque sus hábitos nocturnos y sus formas de navegación los llevan por caminos muy diferentes a los nuestros. Pese a que son mamíferos de sangre caliente, como nosotros, sentimos poca empatía por ellos.
Sin embargo, hay quien los quiere y tiene a mano los argumentos para su preservación. Los amantes de los murciélagos se reúnen en sociedades ecologistas que en países como Estados Unidos, ya lograron crear santuarios naturales y, lo más importante, convencer a urbanistas y granjeros de que los quirópteros son una ventaja y no una plaga. Merlin Tuttle, fundador de la sociedad Conservación Internacional del Murciélago, cuenta cómo una vez un granjero de Tennessee lo invitó a visitar una cueva en su propiedad que alojaba a una gran colonia de murciélagos. “Ya que está –dijo el granjero– mate a todos los que pueda”. Al bajar a la caverna, con botas vadeadoras porque en el fondo corría un arroyo, Tuttle se encontró con 50.000 hembras de la especie Gris, que alimentaban a sus crías. El piso de la cueva estaba tapizado de alas de insectos, restos de la alimentación de la colonia. Tuttle recogió muestras y se las llevó al granjero, que las identificó como pertenecientes a una plaga que atacaba sus campos de papas. Súbitamente, el granjero de dio cuenta de que tenía entre manos un tesoro que le ahorraba una pequeña fortuna cada año en pesticidas. A partir de entonces, se transformó en un celoso cuidador de su colonia de murciélagos.
En el mundo existen nada menos que 1.000 especies de murciélagos, que viven en todas las latitudes, continentes y climas, con excepción de las zonas más heladas del planeta. Los insectos son la alimentación básica de casi todas las especies, aunque frutas y polen son la elección de algunas. Esta combinación de dieta y difusión, y los enormes números de individuos en las colonias hacen de los murciélagos un eslabón imprescindible en el balance de los insectos voladores y de ciertos tipos de plantas y flores.
Por ejemplo, en las zonas de cultivos de legumbres frescas –como los pepinos– los murciélagos marrones controlan la proliferación del cascarudo que ataca esos cultivos. Una mínima colonia de 150 animales se come 18.000.000 de larvas de insecto. Ni hablar de las cantidades de mosquitos y moscas que los murciélagos urbanos eliminan. Junto a otros predadores específicos, los murciélagos mantienen bajo control las poblaciones de insectos. En zonas desérticas los murciélagos cumplen un rol invaluable en la polinización, muy parecido al de las abejas. También pueden reemplazar a los pájaros de pequeño porte, porque los murciélagos de hábitat árido se alimentan de frutas y diseminan las semillas. Varias especies de cactus simplemente no podrían sobrevivir sin los murciélagos.
La mala fama de los murciélagos se debe a fantasías sobre su siniestro aspecto, reforzadas por nociones como que son ciegos, que son ratas con alas o que transmiten la rabia. Los quirópteros, que no están relacionados con roedores, ven y bien, pero navegan en la mayor oscuridad guiándose por un sistema de sonar aéreo de alta frecuencia –170.000 hertz– de una perfección envidiable. Si bien es cierto que pueden padecer y transmitir la rabia, en realidad es prácticamente imposible que la contagien: los murciélagos no atacan a los seres humanos, por lo que es imposible que nos muerdan, a menos que uno los trate de capturar y el pobre animal se defienda. Aún así, tendría que existir la mala suerte de toparse con uno de los pocos –estadísticamente– murciélagos portadores de rabia. De hecho, los seres humanos son muy peligrosos para los murciélagos, y su sistemática destrucción supera todo peligro que los pequeños quirópteros puedan ofrecer. Los murciélagos tienen apenas una cría por año, y deben amamantarla por un largo período en el que tanto el adulto como su hijo están particularmente indefensos. Las madres se agrupan en grandes colonias, calentando sus cuevas con el calor de sus cuerpos. Si la colonia es molestada, como ocurre siempre que entran personas a las cuevas con luces y haciendo ruido, las colonias se rompen y se dividen en grupos mucho menores y dispersos, con lo que la temperatura baja. Las crías pueden llegar a morir. El problema con las colonias de murciélagos es que concentran grandes números de individuos en altas densidades y en pocos lugares. Las cuevas, por lo tanto, resultan un ecosistema altamente delicado, que las colonias abandonan ante la menor disrupción. Con el crecimiento de las ciudades y la moda de visitar cavernas, las colonias se mudan a cavernas intocadas. Como los murciélagos conviven pacíficamente –no hay competencia por el espacio– las concentraciones llegan a ser altísimas, con el consiguiente peligro de que un ataque extermine una población completa o hasta una especie.
Por ejemplo, el estado norteamericano de Florida –especialmente abundante en murciélagos– solía tener cientos de cuevas vírgenes, con pequeñas colonias de unos pocos de miles de individuos cada una. Para la década del ochenta, sin embargo, quedaban sólo unas pocas cuevas aptas para la vida de los quirópteros, y en ellas se apilaban decenas de miles de individuos. Cuando el huracán Alberto tocó Florida, en julio de 1994, estas saturadas cuevas se transformaron en trampas mortales. En una sola cueva se ahogaron 250.000 murciélagos. Otro riesgo de las colonias desmesuradas tiene que ver con los ritmos de hibernación de los quirópteros. Como otras especies, los murciélagos se alimentan en el verano preparando su largo sueño de invierno. Cuando llega el frío, las colonias se cuelgan del techo de sus cavernas y duermen hasta que mejora el tiempo. Si son despertados, como ocurre si su caverna es visitada por exploradores no entrenados y ruidosos, los murciélagos pierden el equivalente a dos meses de reservas de grasa corporal. Es muy posible que los dos meses perdidos les cuesten la vida, porque tendrán que salir de sus cuevas antes de tiempo, bajo un clima en el que les cuesta alimentarse.
En zonas donde las cuevas no abundan los murciélagos tienden a buscar montes densos y a armar sus colonias en las arboledas. Estos ecosistemas son tan tenues, o más, que las cuevas, ya que la deforestación es un fenómeno mundial. Los científicos calculan que la pérdida de hábitat de las especies de murciélagos del Amazonas es tan rápida, que en una década pueden extinguirse dos de las especies que habitan ese bosque tropical. En zonas subtropicales de cultivo, como las llanuras argentinas, los montes son escasos y muchas veces son destruidos para abrir más tierras para el cultivo o la ganadería.
Pero los murciélagos buscaron nuevos hábitat, y encontraron ayuda de parte de los conservacionistas. Por ejemplo, las colonias comenzaron a mudarse a los túneles de minas abandonadas, que reemplazan bastante bien a las cuevas naturales. En un estudió realizado el año pasado en la región oeste de EE.UU. se encontró que la mitad de las 6.000 cuevas revisadas ya presentaban colonias en formación. Los ecologistas, sin embargo, se preocuparon porque en las minas los murciélagos se enfrentan al mismo problema que en las cuevas: la intrusión humana. Con donaciones y trabajo voluntario de ciertas comunidades, lograron cerrar las bocas de los túneles con rejas especialmente diseñadas que dejan entrar y salir fácilmente a los quirópteros, manteniendo a los seres humanos afuera. Estos portones, además, cumplen una función básica de seguridad para los seres humanos, ya que una mina es un lugar particularmente peligroso para explorar. Antes de la iniciativa ecologista, las minas eran tapiadas o sus bocas se volaban con explosivos. Una mina en Altoona, en el noreste norteamericano, hasta fue reabierta cuando se descubrió que era el lugar de hibernación de una colonia de murciélagos que incluía cinco especies diferentes. Otra mina en Michigan se salvó de ser tapiada cuando un biólogo la encontró ocupada por nada menos que un millón de murciélagos.
También en busca de lugares donde formar sus colonias, los murciélagos se mudaron en masa a las ciudades, encontrando algunas soluciones insólitas. Claro que estos animales son viejos habitantes urbanos, y no hay ciudad donde no se escuchen sus ecos ultrasónicos en el silencio de la noche. Las compañías de exterminadores tienen bien desarrollados métodos para eliminarlos de taparrollos, cornisas y grandes edificios como galerías comerciales. Pero en algunos casos, ciertas estructuras artificiales son elegidas como hogar para enormes colonias de murciélagos.
Un ejemplo casi increíble ocurrió en Austin, la gran ciudad del estado norteamericano de Texas. A mediados de los años ochenta, la municipalidad de esa ciudad renovó el puente de la avenida Congreso, una vieja estructura que se caracteriza por su intrincado juego de arcos y cornisas. Por alguna razón, los murciélagos lo eligieron como hogar, y en poco tiempo los habitantes de la ciudad se encontraron con un millón de animales viviendo bajo el puente. Al principio, pidieron que los exterminaran, pero con el tiempo se acostumbraron y decidieron disfrutarlos. Hoy, Austin se llama a sí misma Capital Mundial del Murciélago y organiza festivales.
Al caer el sol, cuando los quirópteros salen de cacería, una multitud se reúne en el parque al pie del parque para verlos salir en una gran nube. El departamento de Obras Públicas del estado calcula que seis millones de murciélagos viven bajo 59 puentes tejanos, y planea protegerlos. Talvez el único murciélago que puede resultar imposible de proteger es el vampiro. Si las especies que comen insectos y fruta tienen problemas de imagen, la que se alimenta de sangre es imposible de querer. Común en las zonas cálidas del sur de EE.UU. hasta el norte de Argentina, el vampiro se alimenta sólo de la sangre de grandes mamíferos. Contra lo que se cree, estos animales no chupan la sangre con sus colmillos sino que raspan con los dientes el cuero de los animales hasta hacerlos sangrar. Entonces, con una lengua particularmente flexible beben la sangre hasta hartarse. Tanto beben, que los campesinos muchas veces los encuentran a la mañana en el piso, ahítos e incapaces de volar. Estos vampiros muy raramente atacan al ser humano, pero son un problema para la ganadería.

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