jueves, 17 de noviembre de 2011

Pandas: la lucha por la vida

Estaban a punto de extinguirse sin remedio; pero ahora tienen una oportunidad.

Autores: Pan Wenshi y Lu Zhi.
Fuente: Revista “Conozca Más”.

Después de largos años de esfuerzos, el animal más simpático del mundo parece estar en vías de salvación. Quedan poco más de mil, pero su número crece y China acaba de duplicar el tamaño de las reservas donde viven los pandas. Una especie que lentamente recupera su lugar en el planeta.
Es el animal más simpático del mundo, pero también uno de los más expuestos al peligro de extinción. El panda es tan lindo, tan dulce, tan “entrador”, que parece inventado por algún publicitario o algún creativo de la compañía Walt Disney. Pero este oso, el Alluropoda melanoleuca, existe, es chino, es el producto de un caso evolutivo de fina elegancia y rara complejidad y es el centro de un gran trabajo de preservación biológica.
El problema que tiene el panda es el mismo que tiene toda la fauna en peligro: el ser humano. Pero este oso lo tiene corregido y aumentado. Por un lado, China, hogar del panda, es el país más poblado del planeta y después de tantos años de problemas está creciendo económicamente a toda velocidad. Y, como se sabe, cuando las sociedades humanas crecen, consumen más, toman más recursos naturales y necesitan más espacio ocupado por lo salvaje y silvestre.
Por otro lado, el oso aporta una limitación muy particular. Los pandas viven en territorios muy acotados, entre los mil y los cuatro mil metros de altura, que no sean particularmente fríos y que estén protegidos de los vientos de Siberia, al norte de China, por cadenas de montañas que sirven de barrera. Aun en un país de tamaño continental como China, estos terrenos son escasos. Para peor, el panda sólo come hojas tiernas de bambú, y elige algunas de las muchas especies de este arbusto, rechazando las otras. En resumen, un animal delicado que sólo puede vivir en ecosistemas pequeños y escasos, que están siendo talados por la industria maderera a toda velocidad. En los últimos veinte años, el hábitat de estos osos se redujo a la mitad: quedan trece zonas de protección repartidas en apenas seis bosques de bambú en toda China. Puede decirse que sólo la simpatía del panda, que hasta fue adoptado como logotipo por la Fundación Mundial de Protección de la Naturaleza —World Wildlife Fund—, lo ha salvado.
La fascinación por este oso es muy antigua. Los chinos lo consideraban un símbolo de lo que hoy llamaríamos “buena onda”, porque lo sabían inofensivo y vegetariano, y le veían cara de bueno por las manchas negras alrededor de los ojos, que les agrandan visualmente las órbitas y los hacen aparecer como un eterno cachorro. En 1869, el gran explorador francés Armand David —un cura católico que mezclaba la tarea misionera con el trabajo de naturalista— disparó la moda-panda en Occidente, llevando el primer ejemplar a Europa. Francia y el continente entero se enternecieron con el oso, y todos los zoológicos del mundo quisieron tener su ejemplar.
Claro que esta moda perjudicó y sigue perjudicando al panda, cuyas pieles siguen valiendo por lo menos 10.000 dólares en el mercado clandestino de Hong Kong y muchísimo más en las grandes capitales mundiales. Y eso que los coleccionistas de animales raros, que los hay, ya se convencieron de que es prácticamente imposible mantener un panda con vida en cautiverio. Si no, el precio sería simplemente astronómico.
Los chinos calculan que quedan entre 1.000 y 1.100 pandas vivos en los bosques de Qin Ling y de otras zonas montañosas del norte de su país. Desde hace años, los biólogos vienen trabajando con estos osos, conscientes de que son un tesoro nacional que merece ser salvado. Últimamente, el Estado ha lomado una actitud mucho más decidida en la cuestión. Por un lado, se están creando catorce nuevas zonas de protección del panda, que implican gastar una fortuna para mudar a diez mil madereros. El costo del programa, unos ochenta millones de dólares, será financiado en parte por el Estado —que dispone de trece millones—, en parte por donaciones de entidades internacionales, y en parte por el préstamo de ejemplares para reproducción en zoológicos del mundo, por períodos de diez años. Estos préstamos serán muy rentables: la tarifa por oso es de un millón de dólares al año.
Otras medidas fueron más draconianas, como la de decretar la pena de muerte para los cazadores furtivos, que matan a los osos por sus pieles y para vender sus huesos, que tradicionalmente se consideran fuente de polvos mágicos que dan juventud y vigor. Hay indicaciones de que los programas de conservación, ya mejor financiados, están empezando a dar resultados concretos.
La reserva zoológica de Qin Ling es un ejemplo. Ubicada en la provincia de Shaanxi, en una zona montañosa, Qin Ling tiene casi mil kilómetros cuadrados de terreno accidentado y rico en bambú. Unos 230 osos viven en la reserva, moviéndose en terrenos de altura entre 1.100 y 3.000 metros de altura, dependiendo de la estación —más altos en verano, para huir del calor, más bajos en invierno.
Hasta hace pocos años, los científicos a cargo de la estación de monitoreo y atención de los animales sólo podían protestar y mandar memos a Pekín pidiendo que las compañías forestales —todas estatales— detuvieran sus ataques a la reserva. La capital enviaba inspectores burocráticos, que tomaban notas y prometían estudiar el caso.
El gobierno ordenó que las forestales se retiraran. Cesaron las explosiones con que los tractores y maquinarias se abrían camino entre los riscos, y también cesaron las motosierras que hacían caer los grandes árboles, a cuya sombra crece el bambú. Los biólogos de China y del mundo saludaron la medida como una señal de la importancia que, por fin, le daba el gobierno al tema.
Un ejemplo de la diferencia que hace esta protección la da la vida de una osita llamada Esperanza. Nacida a fines de 1992, Esperanza —o Xi Wang, como se dice en chino— fue la tercera hija de Yiao Yiao, cuyo nombre se traduce como “amuleto doblemente efectivo”. Yiao Yiao tenía, como tantas pandas, su lugar favorito para tener sus crías en paz. En su caso, era una cueva pequeña y bien oculta, a la que la madre le preparaba una camita de hojas de pino seca. Al nacer, Esperanza era del tamaño de un hamster, muy rosada y cubierta apenas por una pelusita. En sus primeros dos partos, Yiao Yiao tuvo toda la tranquilidad que quiso. Durante el tercero, cuando nació Esperanza estuvo sobresaltada por las explosiones con que los madereros volaban rocas. Ellos habían llegado muy cerca en su ataque a los bosques del área.
Yiao Yiao se comportó con su flamante hija como una cuidadosa madre. No se movió de su lado en sus primeros veinticinco días de vida —lo normal es que las madres no se despeguen de los recién nacidos apenas por quince días— ni siquiera saliendo de la cueva para comer o hacer sus necesidades. Cuando los biólogos se acercaban a ver a la pequeña, Yiao Yiao les gruñía para que no traspasaran una distancia de un metro, su límite hasta para amigos como el doctor Pan Wenshi, de la Universidad de Pekín, encargado directo de seguir su vida.
Tras los veinticinco días, hambrienta y sedienta, Yiao Yiao dejó su cueva. Esperanza ya había crecido y pesaba casi un par de kilos, el peso normal de una cría de buen apetito. Los científicos observaron cómo, con el paso de los días, la madre iba dejando progresivamente más tiempo sola a su bebé. Uno de los misterios de la vida de los panda siempre fue sus extrañas costumbres solitarias. Los machos viven solos, excepto en el apareamiento —que dura dos días— y en los raros períodos en que aceptan como compañía a algún jovencito recién “despedido” por su madre como demasiado maduro para seguir a sus cuidados, pero todavía demasiado joven como para ser competencia. Con las hembras, la soledad es menor, porque durante un año como mínimo las crías se alimentan de su leche, y una vez destetados siguen bajo su protección durante un año y medio más.
Pero los biólogos encontraban constantemente hembras solas y cachorros abandonados, generalmente a buen recaudo en el tope de un pino, en una especie de nido que la madre construye doblando ramas. Siguiendo día y noche a Yiao Yiao, los zoólogos establecieron que la madre trata de enseñar a su cachorro a quedarse solo lo más rápidamente posible. En pocas semanas, el bebé se acostumbra a que la madre se ausente hasta por catorce horas seguidas, el tiempo que le lleva comer y comer para recuperarse del parto y tener la leche necesaria para criar.
Cuando Esperanza ya tenía dos meses y pesaba cinco kilos, su madre comenzó a sacarla de la protectora cueva y a llevarla en sus excursiones de alimentación. La osita jugaba y dormía en la copa de un pino, y se quedaba sola por períodos de hasta cincuenta y dos horas seguidas, mientras su mamá buscaba de comer. Por la detallada inspección que hacen los pandas de su comida, suelen recorrer hasta ocho kilómetros antes de probar bocado y se ausentan por horas y horas de sus cuevas y crías. Cuando se los deja en paz, los pandas no tienen problema alguno con este sistema: los ositos esperan tranquilos, las madres saben que están a salvo. Pero los humanos no sabían que los pandas dejan sus crías por tanto tiempo, y una y otra vez pequeños ositos eran “rescatados” por acampantes y leñadores que los encontraban, aparentemente en soledad. Treinta y cinco de los ciento trece osos en el programa de cría en cautiverio fueron encontrados como aparentes huérfanos en estas condiciones. El descubrimiento de las costumbres reales de los pandas hizo que se ordenara a todos los que frecuentan los bosques de bambú que bajo ningún concepto toquen o recojan a los cachorros solos. Simplemente hay que informar que se observó una cría joven en soledad, sin tocarla.
Otro aspecto exitoso del programa fue el de la atención médica. Los científicos crearon una especie de clínica veterinaria en el mismo bosque, un lugar a donde llevar animales enfermos y crías con problemas de salud. En los primeros siete años del programa, lograron un verdadero récord: elevar la tasa de natalidad y bajar la de mortalidad de la población controlada hasta hacerla crecer. Entre los ochenta osos que se usaron como grupo de control, se contaron once nacimientos y apenas cuatro muertes. El resultado: una tasa positiva de casi diez por ciento.
Esto es notable porque el panda tiene hábitos de reproducción muy complejos. Las hembras se preñan como mucho cada dos años, y su vida fértil suele ser de apenas seis a ocho años, con lo que una osa sana puede llegar a tener a lo sumo cuatro crías en su vida. Muy raramente hay nacimientos múltiples, como lo muestra una osa que tuvo mellizos en el zoológico de Pekín y todavía es la niña mimada de los científicos.
Para peor, los pandas tienen complejas reglas para prevenir el incesto. Machos y hembras adquieren con la madurez territorios propios de dos tipos. Por un lado está el territorio “central”, más pequeño, que es el hogar del animal y su escenario sexual. Por otro lado, cada panda tiene un territorio de alimentación, de muchos kilómetros cuadrados de extensión, que recorre para encontrar las enormes cantidades de comida que necesita. Los osos son capaces de pelear por sus territorios centrales, pero suelen compartir sus terrenos de alimentación sin problemas.
Pero cada territorio central debe ser elegido cuidadosamente para evitar que parientes consanguíneos sean vecinos. Cuando la osa está en celo, recibirá la atenta visita de sus vecinos masculinos, atraídos por sus feromonas, y podrá elegir pareja. Es en ese momento en que se tiene que asegurar de que ninguno de sus pretendientes sea un pariente demasiado cercano.
Esta organización territorial requiere mucho lugar y capacidad de moverse, algo que los pandas estuvieron perdiendo sistemáticamente gracias al hombre. Las reservas están aisladas entre sí, por lo que los osos tienen un territorio limitado para moverse. Este reparto de poblaciones en “islas” boscosas hace que los animales corran un riesgo mayor de relaciones consanguíneas y por consiguiente tengan una menor tasa de embarazos.
Otro éxito de los científicos, además de lograr salvar más osos y aumentar la natalidad, fue aprender mucho sobre sus hábitos y especies. Lu Zi, un joven estudiante post graduado en biología, recuerda haber señalado a sus profesores en la reserva qué sucios estaban los osos en su ambiente natural. Los profesores se quedaron mirándolo y le preguntaron por qué lo decía. El joven Lu respondió que ese mismo día había visto un panda tan sucio, que parecía marrón y blanco. “Estaba tan embarrado, que no se veía el pelo negro”, alcanzó a explicar el estudiante. Pero los profesores no lo dejaron terminar con las preguntas que les hacía. ¿Dónde había visto al oso marrón? Sucede que sí hay pandas marrones y blancos, una variante rarísima y particularmente valiosa. Pocos días después del diálogo de Lu con sus maestros, unos campesinos vecinos a la reserva llegaron a avisar que habían encontrado un oso enfermo, y que era marrón.
Los científicos corrieron a la granja y encontraron a una hembra en muy mal estado: era la primera panda marrón capturada en toda la historia. Hoy, sana y robusta, vive en el centro de estudios animales del zoológico de Xian.

AL CUIDADO DE LOS MÉDICOS.
Habitualmente, a los osos capturados se les toma una muestra de sangre para pruebas genéticas, y se le revisan los dientes para saber su edad. Los veterinarios saben que un panda ya es extremadamente viejo a los quince años: a esa edad, sus ojos suelen mostrar señales de cataratas avanzadas y tienen una película blanca que los recubre. Después de un período de estudios, el oso es liberado, una vez que se le instala un collar con un trazador de radio, mediante el cual será posible realizar su seguimiento.
Los científicos de las reservas chinas hacen muchos trabajos de sanidad básica. Además de su trabajo de ciencia básica, los animales necesitan toda clase de cuidados médicos para vivir más. Por ejemplo, el joven oso Hu Zi tuvo un feo encuentro al querer competir por primera vez por una hembra. Un verdadero mimado, Hu Zi había pasado nada menos que dos años y medio con su madre, uno más de lo normal. Pero de un día para el otro, su madre quedó embarazada y lo echó del cubil, como hacen las osas cuando tienen otra cría de que ocuparse. El desorientado Hu Zi pasó el siguiente año pegándose a osos machos mayores que él, con los que se sentía protegido. Pero a los tres años y medio de edad, el joven oso comenzó a interesarse por las hembras, y sus protectores lo vieron repentinamente como un competidor. Hubo una pelea, y los científicos encontraron a Hu Zi muy lastimado.
Nuevamente usaron el rifle de dardos tranquilizantes, y el oso se despertó vendado y desinfectado en un corral especial para él. Allí pasó unas semanas, hasta curarse completamente. Al año siguiente, mayor y más sabio, tuvo más suerte con las osas: no fue lastimado, y fue padre de una cría.

NACIMIENTO Y CRÍA DE UN PANDA.
La osa Mo Mo había elegido mal su cubil: apenas una protuberancia de roca, sin paredes, como protección contra la lluvia y contra los peligrosos leopardos de la región. Los científicos la sorprendieron llevando a su pequeña Gui Ye a una cueva más cómoda y segura. El seguimiento mostró que Gui Ye tenía una salud precaria. Pese a toda la ayuda que se le dio a Mo Mo, la pequeña cría no pasó de los dos meses de edad, cuando apenas está abriendo los ojos, su pelo ya es reconocible como el de un panda y su llanto es el de un cachorro. Poco después, la osita murió.
En otra oportunidad, los científicos de Qi Ling tuvieron una sorpresa inesperada. Siguiendo a Nieve, una joven osa que sospechaban estaba por parir, encontraron la cuevita donde estaba viviendo. La osa no estaba, pero en el suelo se encontraron con el panda más joven jamás visto por seres humanos, un bebé de apenas un día y medio de edad.
Los científicos no entendían por qué Nieve había dejado a su cría sola tan pronto, siendo que las madres no se despegan de sus hijos hasta por lo menos nueve días después del parto, y a veces mucho más. La respuesta era el formidable ruido de las motosierras que llegaba hasta la cueva, y que había puesto muy nerviosa a la joven madre.
Por suerte, el área es ahora protegida. En 1875, el naturalista Armand David había advertido sobre el peligro de extinción de los pandas debido a “las hachas del hombre”, que destruían los bosques naturales donde vivían.

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